LA VIEJA DE LOS HORRORES

Cansado ya de tanto lamento, de tantos dolores sin venir a cuento, el hombre sin nombre reaccionó a tiempo y le exigió a sus familiares y a las amistades de estos que trabajaran para él, que todas sus nóminas, sus pensiones, sus pertenencias, se las fueran dando poco a poco, porque de caso contrario se tomaría la justicia por su propia cuenta y terminaría arruinarlos de una u otra manera. Mejor que le cedieran todo por las buenas que no tener que quitárselo todo por las malas.
El hombre que para muchos no tenía nombre y que para todos era un sencillo cero a la izquierda les sorprendió con un cuento cruento de ceros a la derecha. Sus familiares estuviera donde estuviese le tenían siempre bien vigilado y tenían siempre a su servicio a personas que por un poco de droga, un cuarto de sustancia pura, le seguían, más bien le perseguían allá donde se encontrara para que no hiciera nada y fuese considerado por todas las personas de su localidad como un loco.
Entonces recapituló su propia vida, su historia, su cuento y le contó a través de un cuento a su familia el verdadero cuento de la vieja de los horrores. Les dio un número de cuenta de un banco y les exigió a todos y cada uno de ellos que le fueran dando todas sus pertenencias allá donde las tuvieran. Casas, negocios, joyas, dinero en bancos, acciones, nóminas, pensiones..., de cada uno de ellos y de todos los que habían estado trabajando para ellos.
Era una exigencia. Les dijo "o me dais todas vuestras pertenencias o os arruino a todos y cada uno de vosotros". Y les va a arruinar. El hombre sin nombre nunca se tira faroles ni cuenta fábulas. Y les va a contar a todos ellos el cuento de la cuenta cruenta.